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5 de Febrero 2005

NOVELA

4.- A LA SOMBRA

Manuel se despertó con un tremendo dolor en la espalda, la cárcel nunca fue un buen sitio para dormir. Barrotes negros, sin más luz que la del sol entrando por la ventana, iluminaban las cuatro paredes grises de su celda.
Una celda individual en la Modelo, sin más inquilinos, tampoco había mucho sitio. La celda al menos era segura, cerraban puertas a las nueve de la noche y podía estar tranquilo. El día que ahora empezaba era diferente. Mucho movimiento, demasiado y los guardias que no eran un punto a su favor.

¿Su delito? Defender lo que era suyo. Muchos días luchando con su padre en la tienda para que unos granujas de tres al cuarto, le robasen cada mes por sistema para su protección. Su padre lo toleraba porque no había más remedio y porque, en todo el Eixample el terror se extendía y no era tiempo para hacerse el valiente.
Manuel no estaba conforme con esa situación, pero era un chaval y su padre no quería que sufriese en sus carnes futuras represalias. Una noche, los recaudadores aparecieron más pasados que de costumbre, su aliento les delataba. Empezaron a empujar a los pocos clientes que a última hora compraban en la tienda y el padre de Manuel salió de detrás del mostrador.
Manuel miraba a través de la cortina, agazapado en la trastienda.
- Vamos chicos, tranquilos, os llevais siempre lo que venís a coger, no molesteis a los clientes que no les incumben nuestros negocios – decía Paco, tratando de ser amigable. Los clientes abandonaban la tienda amparándose en las palabras de Don Paco, dueño del local, esquivando a los delincuentes.
- Usted no se haga el valiente, que no le matamos porque el Jefe le tiene afecto y porque paga como todos – le respondió el sicario con más rango.
- En fin, voy a buscar lo vuestro - volvió detrás del mostrador y sacó un sobre lacrado, con el sello de la familia. –Por favor, darle recuerdos a Don Pablo y espero que sea de su agrado – acercando el sobre al trajeado con sombrero.
- Así será, espero que la próxima vez esté el lugar más despejado, no me gusta que me vean por estos lares, es una zona muy pobre – cogió el sobre y se fue hacía la puerta, cuando el subalterno le llamó
- Jefe, este malnacido se guarda dinero, ¡tiene la caja llena! – se deslizó tras el mostrador y abrió la caja.
- Paco, ¿no estarás engañándome, verdad? – su mirada desafiante buscaba los ojos de un hombre asustado.
- ¡Ese dinero me pertenece! Ya he dado la parte que le toca a Don Pablo, ese lo necesito para vivir, para sobrevivir – miraba a la caja y al jefe de los recaudadores.
- Todo lo que tienes es de Don Pablo, no debes olvidarlo – con una gesto, señaló la caja y el sicario la vació. – Que sea la última vez que no me das lo que te pido; Sergio, encargate que aprenda la lección. – se fue de la tienda acompañado con dos hombres, el tercero se quedó.
Después de ver como le estaban destrozando la tienda, los hombres de Don Pablo, vaciaron la caja y cogieron a Paco para asestarle unos golpes. Iba a ser un escarmiento, pero como estaban algo bebidos, se les fue la mano y cuando quisieron darse cuenta, Paco ya no respondía.
Sergio, que estaba lago más lúcido, echó a todos de la tienda. Se acercó a Paco y le cerró los ojos. Se encendió un cigarrillo y tiró la cerilla en la zona de licores, que ahora estaba destrozada, mientras salia por la tienda, esta empezó a arder como una pira.
Lo que Sergio no vio, fue como una sombra menuda salía por la puerta trasera que daba al callejón, por donde tantas veces llegaban a buscar el dinero. Ahora tendría que explicarle a Don Pablo la razón de aquel incendio, esa tienda cumplía con los pagos... no le iba a gustar, seguro.
Manuel pudo escapar con lo poco que quedaba en la caja, la que tenían en la trastienda y con algo que sería lo poco que heredase de su padre: una pistola y unas pocas balas, una navaja y el reloj de los domingos. El equipaje no era pesado, la mochila con un poco de ropa que rápidamente había cogido antes de que fuera pasto de las llamas, los recuerdos de su padre y su agenda.
Al amanecer volvió a la tienda, el fuego estaba extinguido, los bomberos ya estaban recogiendo. No quedaba nada, todo estaba arrasado, obviamente, nadie se molestó a llamar a los bomberos.
Manuel pasó las noches siguientes deambulando por el Eixample, en las iglesias buscando cobijo, ya que su casa estaba encima de la tienda y ahora tampoco estaba. Llamó a lo números que en la agenda de su padre se suponían de amigos y familiares, nadie se quería hacer cargo, no le hacía falta. Se puso el reloj de su padre, las siete de la mañana, miró a su casa, su tienda, su padre, supo que nunca más volvería a tener un hogar.
Una noche, cuando lo ecos del dolor parece que se acaban, Manuel escuchó las risas, lo gritos, que tiempo atrás le resultaran familiares. El grupo de delincuentes salía de otra tienda, de recaudar su protección. Manuel, les siguió por la acera opuesta, con su abrigo lleno de remiendos. Entraron en un bar, esa sería su perdición.
En la puerta trasera, en un callejón oscuro, Manuel cargaba el arma y sus ojos se volvían negros como la noche. Entró en el lugar, no necesitaba buscarles, ellos mismos se hacían notar. Un grupo escandaloso estaba al pie de la barra, en la mesa más cercana. Nunca había estado tan tranquilo en los últimos dias, se acercó a la mesa.
- ¿Cómo has entrado a aquí? ¡Ya dejan entrar a cualquiera! No es lugar para ti, toma unas monedas y cómprate unas golosinas – se mofó uno de lo sicarios
- No son horas para los crios, vete a dormir – dijo Sergio algo más serio.
Manuel, acto seguido, cogió educadamente las monedas que le habían tirado, se dio media vuelta, andó un par de metros mientras acaba su pistola, se giró bruscamente con el arma amenazante extendida sobre su brazo. El grupo con cara de incredulidad se calló, acto seguido y sin mediar palabra, Manuel disparó tres disparos precisos en la frente de los adversarios. Al cuarto sicario, le miraba firmemente a menos de un metro
- No te mato por ahora, espero que esto llegue a tu jefe, porque iré a por él – amenazó Manuel.
- No te preocupes, él se entera de todo en esta ciudad – respondió Sergio con aplomo.

Manuel aún recuerda como salió del local, entrando en la oscuridad del callejón sin que nadie le siguiera.
Al cabo de los días, le encontraron. Sergio ahora llevaba un parche en el ojo, cual pirata de antaño, señal que Don Pablo se había enterado. La conversación fue extraña, casi con monosílabos.
- Tienes que irte, fuera de la ciudad, para no volver ¿lo entiendes? – dijo Sergio señalando la puerta del albergue.
- No me iré. Tengo cuentas pendientes – le recordó Manuel.
- Irás a la cárcel por lo que hiciste, Don Pablo te lo hará pagar – Sergio dio media vuelta y se fue.
Acto seguido la policía entró en el local y se llevaron a Manuel a rastras, nadie intervino, allí nadie tenía intención de meterse en causas ajenas. Una vez en comisaría le tomaron las huellas y le condujeron a una celda. Poco después, junto a otros presos en un furgón, fue a la cárcel. Pese a ser un delito tan grave, era muy joven para ir a la cárcel sin pasar por el reformatorio, con solo catorce años.


Posted by Sainthropee at 5 de Febrero 2005 a las 04:42 PM
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