y era una de esas noches que te quedarías mirando a la luna
una noche completamente estrellada, con la luna en todo lo alto, arropada por un manto de estrellas que brillan sin cesar, sin nubes y con un silencio abrumador.
en un motel de carretera, dos enamorados estaban abrazados en la cama después de una sofocante noche de calor humano. Ella se levantó con la sábana enroscada en el cuerpo y se dirigió hacia la ventana.
por una carretera secundaria un coche iba haciendo estraños y violentos giros, hasta que se salío en una curva. una extensión de tierra la borde de la carretera le frenó. una botella de whisky se deslizó hacia el suelo por la puerta entreabierta, le siguió un cuerpo que parecía inconsciente, completamente borracho.
la luna empezó a sonrojarse, el sol aparecía poco a poco a su lado. una mano apareció detrás de la enamorada. su chico se había levantado y ahora los dos contemplaban ese espectáculo de color y como el día se abría espacio entre una noche remolona, que no quiere acabar de irse
el conductor pareció despertar del letargo, con la cara colorada igual que la luna, efecto del alchol y a las tortas de su (ahora) ex mujer, que le propinó en su despedida. como pudo se subió al coche, encima del capo con la espalda sudada en el parabrisas.
maravillado con el espectáculo que estaba viendo, una luna de un rojo sangre, cayendo sobre el horizonte y unas estrellas que aún en la distancia seguían con un brillo del que sabe algo que tu no sabes, en ese momento, en el que el sol se desperezaba, supo que iba a ser el día más largo de su vida... y quizá el último.